Terapias y medicamentos contra el COVID-19

Uno de los problemas de la COVID-19 es lo variado de sus síntomas y la intensidad de los mismos. Hay personas que no muestran síntomas o estos son leves, mientras que otras mueren en las unidades de cuidados intensivos. Existen factores que ayudan a que la COVID-19 se torne grave, como la edad, el sexo (los hombres fallecen significativamente más que las mujeres) y las llamadas comorbilidades, es decir, se enferman más seriamente quienes ya sufren otros padecimientos como la diabetes, la obesidad, la hipertensión, el cáncer o los problemas de corazón. Hay otro elemento a tomar en cuenta: muchos de los pacientes que se ponen graves lo hacen no porque el virus les esté ganado la batalla, sino porque su sistema inmune reacciona tan violentamente que ataca a sus propios tejidos. A este fenómeno se le conoce como tormenta de citocinas, ya que estas son las moléculas que producimos precisamente para modular la respuesta inmune; si se producen de más nos pueden llevar a la tumba.

Antes de empezar a hablar de medicamentos, hay que tener claro que para desarrollar una nueva molécula con valor terapéutico se necesitan aproximadamente 10 años de investigación y desarrollo; es el tiempo que toma asegurarse de que realmente sirva, que no tenga efectos secundarios nocivos y que haya sido aprobada por las instancias de salud correspondientes, como la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios de nuestro país. El costo de desarrollar moléculas con valor médico se ha calculado en unos 800 millones de dólares. Así que empezar de cero no es la mejor estrategia. Lo que se está haciendo es probar fármacos ya conocidos y probados para otras enfermedades o infecciones virales, que potencialmente pudieran tener un efecto contra el nuevo coronavirus. Si se encuentra alguna molécula que tenga, aunque sea una acción parcial, se puede modificar químicamente buscando potenciar esa acción.

Las estrategias actuales para combatir médicamente la COVID-19 pueden clasificarse a grandes rasgos en dos grupos. El primero es encontrar fármacos que eviten que el virus nos infecte o bloqueen su ciclo de vida. Con muchos de ellos se busca impedir que el virus se pegue e invada nuestras células, ya sea bloqueando el receptor ACE2 o interrumpiendo la función de la proteína estructural S del virus. Una de las maneras que se están experimentando es engañar al virus con proteína ACE2 soluble o incorporada en nanopartículas. Si hay un exceso de ACE2, el virus encontrará estos señuelos moleculares y así se evitará que contacte a los ACE2 de nuestras células. Los experimentos hechos en ratones y en algunos pacientes son prometedores.

También se están probando fármacos contra el virus del sida que inhiben la enzima que corta en dos segmentos a la proteína S, evitando que se active y el virus entre a nuestras células. Otro enfoque es probar fármacos que inhiben las enzimas que participan en la replicación del virus y que han funcionado con éxito en infecciones provocadas por otros virus de ARN. En la misma línea, también existen medicamentos que se conocen como análogos de nucleótidos, diseñados para que el sistema de replicación de un virus se equivoque y genere genomas anómalos y no funcionales. Sin embargo, la terapia que promete tener éxito a corto plazo es usar el suero sanguíneo de pacientes convalecientes, con altos niveles de anticuerpos contra el virus. Este suero, suministrado por vía intravenosa, permitiría que el organismo del enfermo usara estos anticuerpos para combatir el virus sin esperar la respuesta inmune propia.

El segundo grupo de estrategias utiliza fármacos que evitan la inflamación exacerbada y la tormenta de citocinas. Uno de los medicamentos que se están probando es el interferón-beta, una citocina útil en el tratamiento de la esclerosis múltiple y que también sirve para combatir los efectos secundarios de algunas infecciones. Las pruebas piloto muestran que podría ayudar a enfrentar la COVID-19. También existen anticuerpos producidos en el laboratorio, como el Tocilizumab, que bloquean la acción de una de las citocinas que es fundamental para que ocurra la tormenta de citocinas. Recientemente la prensa le ha dado mucha atención a la dexametasona, un fármaco que se utiliza comúnmente en el tratamiento de la artritis y de ciertas alergias; hay evidencias de que ayuda sensiblemente a los enfermos de la COVID-19 que están graves, no así a quienes muestran síntomas menores. En cuanto a la hidroxicloroquina, un medicamente barato y eficaz contra la malaria y del que se pensaba podría ser útil contra el nuevo coronavirus, se ha encontrado que no funciona y además provoca una mortalidad mayor en pacientes de la COVID-19.

Vacunas

Muchos gobiernos y algunas compañías farmacéuticas están desarrollando diversos tipos de vacunas contra el SARS-CoV-2. Un recuento de las estrategias que se están siguiendo para lograrlo apareció en la revista Nature el 28 de abril de este año. Lo que hace una vacuna es engañar al cuerpo para que monte una respuesta de defensa eficiente sin necesidad de enfermarse. Es fácil decirlo, pero complicado hacerlo, ya que hay que determinar experimentalmente que la vacuna sea capaz de inducir anticuerpos que neutralicen al virus y que no provoque efectos secundarios de consideración.

Todas las vacunas y medicamentos nuevos tienen que evaluarse clínicamente en tres fases. La primera es con voluntarios sanos para evaluar si la vacuna realmente despierta la respuesta inmune. La segunda fase se hace con más personas y la tercera usualmente incluye a miles de individuos; el objetivo es determinar la eficacia y seguridad de la vacuna. Ya hay ocho vacunas que están en la fase III de evaluación. La más avanzada es la de la compañía biotecnológica Moderna, que la está probando en 30 000 personas. Le siguen muy de cerca las vacunas de la compañía alemana Pfizer-BioN- Tech, la compañía china Sinopharm y la Universidad de Oxford en colaboración con la compañía AstraZeneca. El 11 de agosto Rusia anunció que ya aprobó una vacuna, pero esta solo se ha probado en 76 personas y no ha completado la fase III. Por desgracia no basta tener una buena vacuna, también hay que fabricarla y distribuirla y esto es una empresa titánica. En el mejor de los casos la vacuna estará lista y accesible en varios meses, así que la mejor manera de librarse de la COVID-19 es evitar infectarse aplicando las medidas sanitarias recomendadas. ¡Cuídense!

Publicado en Revista, ¿Cómo Ves?, No. 262