Murciélagos y virus: haciendo bien las cuentas…

Los murciélagos son animales extraordinarios.  Sus cerca de 1,200 especies son clave para la conservación de la biodiversidad y la seguridad alimentaria por la variedad y trascendencia de los servicios ambientales que gratuitamente proporcionan.  Entre otros, destaca el control de plagas de insectos, la dispersión de semillas que permite la regeneración de selvas, bosques y desiertos, y la polinización de cultivos, incluyendo varias especies de agave.  De ahí el famoso dicho que, “sin murciélagos, adiós al tequila y al mezcal”.

La pandemia de COVID-19, causada por el virus SARS-CoV-2, los ha puesto al centro de una avalancha de noticias, que van desde responsabilizarlos por la pandemia, a negar cualquier asociación de estos mamíferos con el virus. Tanto señalarlos como responsables y atacar sus refugios, como negar la enorme cantidad de evidencia científica que apoya tal asociación, son caminos igualmente errados.  Hoy, lo verdaderamente necesario es estudiar la relación de los murciélagos con su diversidad viral, y entender por qué algunos de estos logran cruzar la barrera de transmisión entre especies y causar brotes letales en poblaciones humanas.

Si bien la respuesta es compleja, hemos acumulado suficiente información durante los últimos 20 años para plantear, un par de hipótesis. La primera los propone como “hospederos especiales” debido a sus atributos ecológicos y biológicos.  Los murciélagos presentan varias características en común que los hacen hospederos “atractivos” para los virus, que esencialmente necesitan transmitirse entre individuos susceptibles (es decir, no infectados) para persistir: muchas especies de murciélagos forman lazos sociales, reforzados por el contacto físico cercano, lo cual aumenta la probabilidad de una transmisión exitosa.  Su alta densidad poblacional en espacios reducidos (hasta 20 millones en una colonia) garantiza a los virus un flujo constante de individuos nuevos, incluso si una gran parte de la población adulta es inmune.  Finalmente, son especies longevas con promedios de vida entre 20-40 años, dando a los virus un mayor número de oportunidades para transmitirse a lo largo del tiempo.

Los humanos también somos una especie social, longeva y gregaria.  Sin embargo, a diferencia de los humanos, los murciélagos son un linaje evolutivamente antiguo, con un tiempo de existencia superior a los 50 millones de años.  Esto les ha permitido coevolucionar con sus virus, favoreciendo el equilibrio de la coexistencia donde dichos virus no les causan enfermedad.  Su largo tiempo evolutivo también les ha permitido acoger diversos tipos de virus, algunos de los cuales han pasado al salón de la fama por causar enfermedades de alto perfil cuando infectan a otras especies: SARS, MERS y, recientemente COVID-19.  Cuando un virus atraviesa la barrera entre especies se encuentra en territorio desconocido:  si el virus no logra colonizar las células de su nuevo hospedero no podrá replicarse y estará en un callejón sin salida.  Si lo logra, el hospedero se encuentra en desventaja, ya que su sistema inmune no tiene experiencia previa con el virus.  Precisamente, las actividades humanas que perturban el hábitat de los murciélagos y, por tanto, el ciclo natural de sus virus, han colocado al humano como un nuevo eslabón en una cadena de transmisión de la que nunca habíamos sido parte.

Adicionalmente, debido a su capacidad de vuelo y a la alta demanda energética que requiere, los murciélagos también han desarrollado adaptaciones celulares y moleculares que propiciaron cambios importantes en su sistema inmune, incluyendo varios mecanismos bioquímicos que les ayudan a tolerar infecciones virales sin enfermar, mismas que no se encuentran en ninguna otra especie.

La importancia de la riqueza

Entonces, ¿realmente los murciélagos albergan una cantidad desproporcionada de virus letales que representan un riesgo para los humanos?  De acuerdo con un estudio recientemente publicado por el grupo de Daniel Streicker, investigador que colabora con nuestro Laboratorio, la respuesta es que no.  Estos investigadores encontraron que, comparado a otros grupos que también alojan virus capaces de infectar humanos (específicamente, aves y roedores), el número de virus que albergan los murciélagos es proporcional al número de especies que estos contienen.  

En otras palabras, la segunda hipótesis plantea que la diversidad viral en murciélagos es sólo una cuestión de números: los grupos más diversos (mayor número de especies) tienen una cantidad proporcional de especies de virus, un patrón que se repite en aves y roedores.  Otra conclusión interesante de este estudio es que, a nivel biológico, los factores de riesgo para una transmisión zoonótica (de animales a humanos) tiene más que ver con las características de los virus que con las características de sus hospederos.  Esto quiere decir que no existe un mayor riesgo de transmisión de los virus que alojan estos mamíferos voladores, sólo por el hecho que sean virus de murciélagos.  

Atacar a los murciélagos hace que perdamos los beneficios que proveen, y nos quita la oportunidad de aprender sobre los componentes de un sistema inmune eficiente, conocimiento que podría salvar muchas vidas.  Aunque son hospederos de una diversidad viral importante, culpar a los murciélagos de la transmisión de enfermedades es contar una historia incompleta y tergiversada para evitar responsabilizarnos del hecho que, esta pandemia, como todos los brotes de enfermedades emergentes a lo largo de nuestra historia, la causamos nosotros.