Poner orden al caos: llorar la muerte
Cuando la muerte irrumpe, todo lo que es conocido se transforma en caos. Desarticula los lazos de la comunidad y perturba la organización psíquica, se convierte en una amenaza para el equilibrio psicológico y social. “Los ritos salvan las discontinuidades”, con sus normas y lenguajes, escribe Leví-Strauss, antropólogo; son “los mecanismos para conjurar el desorden”, señala María del Pilar Cifuentes Medina, especialista en psicología y cultura.
Los rituales funerarios son los orientadores del proceso de duelo. Delci Mirella Torres, especialista en lingüística, señala que son los “mecanismos simbólicos que orientan las relaciones entre las personas y las culturas” para asimilar la muerte del otro. En México el dolor por la muerte se expresa; pero, además, se comparte. La tradición codifica el sufrimiento personal y las restricciones sociales para el doliente; designa los espacios para la expresión de las emociones y el tiempo para ello.
Los rituales religiosos “ayudan a encontrar sentido a la muerte y tener paz”, señala Grissel Concha Anaya. La referencia a lo sagrado establece un marco desde el cual se puede salir con mayor facilidad del duelo. Establece sus límites, confina el dolor y encausa el sufrimiento; crean sentido de pertenencia, unidad y apoyo emocional. Incluso para ateos y agnósticos son un espacio propicio para expresar la tristeza y un estímulo para aceptar la muerte mediante el acompañamiento de la sociedad.
Para los católicos, la velación durante la noche y el novenario son importantes para iniciar el duelo. Los judíos, antes de enterrar a sus familiares rasgan su ropa a la altura del corazón para expresar la pérdida y ofrecen siete días de duelo en los que se abstienen de realizar toda actividad. El momento más significativo de la tradición budista es el ritual para esparcir las cenizas. El rito islámico incluye una serie impar de baños al cuerpo del difunto antes de envolverlo en una tela blanca con la que será enterrado lo más pronto posible.
Durante el confinamiento la generación de la pandemia ha tenido que buscar alternativas para socializar la pérdida y hacerse acompañar por los otros. Algunas comunidades de fe han ofrecido servicios religiosos virtuales en honor de quienes han muerto; los familiares y amigos han utilizado las redes sociales para organizar homenajes por los fallecidos, con gestos religiosos o sin ellos. La mayoría ha comenzado con aquellos rituales conocidos por la familia, pero prescindiendo de los detalles. Sólo porque lo necesitan. Concha Anaya señala que “si durante la pandemia, la mirada y los oídos son la única herramienta para estar en contacto con las personas y acompañarlas, las reuniones virtuales cobran otro significado”.
Los rituales también son el detonante para el duelo. Sigmund Freud, psicoanalista, describe que el primer paso para elaborarlo consiste en el examen de la realidad: La persona ha muerto. Grissel Concha Anaya, psicoterapeuta humanista, comenta que “hay gente que se queda en shock cuando recibe la noticia y que hasta que ve el ataúd entrando a la tierra es cuando se hace consciente de que su familiar no regresará”. Frente a la ausencia, hay resistencia y negación. Hasta que la realidad material de los rituales se impone e inicia el proceso mental y emocional del duelo.
El reto de la pandemia es que hay un vacío de momentos destinados al duelo. Los especialistas coinciden en que la falta de un cadáver imposibilita o posterga su elaboración. Cifuentes Medina, especialista en psicología y cultura, escribe que “cuando el sujeto no cuenta con estos dispositivos sociales el duelo queda fuera de toda codificación cultural, los tiempos de duelo se vuelven indefinidos y el sufrimiento invade los espacios de la vida cotidiana”.
Pero todos tenemos rituales en el duelo; muchos son privados y espontáneos, de tal manera que pueden realizarse bajo las condiciones actuales: dialogar sobre el destino de las pertenencias de la persona fallecida, colocar su foto en un lugar especial o realizar actividades en su nombre, la introspección o la escritura. En este contexto, estas prácticas pueden ser el despertar a la realidad de la pérdida.
El duelo post covid-19 es uno en el que la sociedad no puede irrumpir con sus prácticas. Uno en el que, desde lo individual, se buscan otras rutas que conducen al doliente al examen de la realidad y la confirmación de la ausencia, donde sea posible ordenar las emociones y expresarlas en el duelo que cada uno necesite. Ahora la realidad no ha surtido efecto sobre los que sufrieron la pérdida, pero ese momento no se puede postergar por mucho tiempo.