El teatro, alma de un pueblo

Cuando en el siglo VI a.C. allá en la Grecia antigua el casi mítico Tespis se lanzó a los caminos en su carromato que se transformaba en escenario, y desde el cual interpretaba las historias que él mismo escribía, no podía haberse imaginado que estaba gestando una de las actividades más maravillosas de la humanidad: el teatro.

Más de 26 siglos han transcurrido desde entonces, y el teatro ha pasado por toda clase de situaciones. Algunas gloriosas, otras complicadas, y unas más… aterradoras.

Si hubiera que dividir la historia del teatro como un texto dramático tradicional, podríamos decir que ha tenido un prólogo prometedor (la era de Tespis); un brillantísimo primer acto (la etapa de grandes trágicos y enormes comediógrafos clásicos); un nebuloso segundo acto (esos diez siglos que se prolongó el Medioevo); un glorioso y largo tercer acto (que va de los siglos XVI al XIX, con Shakespeare, Moliere, Calderón, Ibsen, Strinberg… incluidos); un muy propositivo cuarto acto (desde las vanguardias y todo el siglo XX); y ahora, de pronto, … un interrumpido quinto acto.

El mundo entero, y el teatro obviamente, está hoy detenido. Casi de manera simultánea, todos los espacios escénicos de la Ciudad de México pararon desde mediados de marzo pasado, lo mismo sucedió con días de diferencia en el resto del país, así como en Nueva York, Londres y otras ciudades del mundo.

Según datos oficiales, en la República Mexicana existen 677 teatros, 158 de ellos (casi el 25 por ciento) en la ciudad de México. A estas cifras habría que sumarle miles de espacios, sin exagerar, en los que se realizan actividades teatrales, que van desde casas, museos, calles, microbuses, parques, azoteas, hasta antros y carromatos como el que mueve la UNAM por universidades, escuelas y plazas desde hace poco más de dos décadas: el fascinante Carro de comedias.

Hoy todo eso, aquí y en el mundo entero, está detenido.El teatro es antes que nada un acto de comunicación, de comunión humana: un alguien que tiene algo que decir a alguien que lo quiere escuchar, y ese algo que los conecta.  

Ahora, en este incierto quinto acto que juntos nos toca protagonizar, todos los que lo hacemos –actores, creativos, taquilleros, acomodadores, técnicos, vestuaristas, administrativos… y, por supuesto, espectadores— estamos congelados en todos los sentidos.

No nos movemos; sabemos que quedarnos en casa es lo correcto. Pero anhelamos sentir el contacto con el otro, por eso que es los teatreros nos hemos inventado en estos momentos formas de acercar las puestas en escena y los procesos creativos al público, valiéndonos de múltiples tecnologías. 

Sabemos que de ninguna manera se trata de la misma experiencia, pero es nuestra forma de estar cerca, de hacernos presentes, de decir estamos aquí. Sabemos, también, que cada función es única e irrepetible, y ello nos preocupa aún más, pues las funciones que hoy no suceden no se pueden guardar en una bodega para exhibirlas y disfrutarlas mañana. Y ello significa pérdidas, en todos los rubros, incuantificables.  

El teatro somos todos, por ello es tarea de todos impulsarlo, rescatarlo, apoyarlo, hoy en estas condiciones, y mañana en una situación normal. Acerquémonos a la oferta teatral que pese a esta difícil situación existe, por los caminos ya citados, que no son los mismos que recorría Tespis, pero que acercan a los hacedores con sus espectadores. 

 Sir Laurence Olivier, considerado por muchos como uno de los más grandes actores de la historia, decía que “en una pequeña o gran ciudad o pueblo, un gran teatro es el signo visible de cultura”. Mostremos que esto es cierto. Nuestro país tiene hoy, lo he comprobado en múltiples ocasiones, uno de los teatros más versátiles y prolíficos del mundo. Podemos encontrar desde los montajes más espectaculares y fastuosos, hasta puestas en escena íntimas y reveladoras. Es como lo dijo el gran Víctor Hugo: un verdadero crisol.

Hace décadas encontré en un diario argentino una caricatura de un afamado cartonista que me encantó, recorté, amplifiqué, enmarqué y hoy está en mi oficina. Un amigo le pregunta a otro: “¿qué se necesita para tener un éxito teatral?”; el otro responde: “es fácil: que no llueva, que no haga mucho calor, que no haya manifestaciones, ni futbol, ni juegos olímpicos, ni especiales televisivos… Ah, y que la obra esté bien, por supuesto”.

Hoy, yo agregaría: que no haya pandemias, y podamos cumplir nuestra función, ofreciendo nuestras funciones.  Ante la situación inédita que enfrentamos, retomo las palabras de otro notabilísimo actor, el italiano Vittorio Gassman, quien apuntó: “el teatro no se hace para contar las cosas, sino para cambiarlas”.

De nosotros depende que este trunco quinto acto de la historia del teatro sea brillante, y forme parte de la nueva era que sin duda vivirá la humanidad. El teatro, lo sabemos todos, es el alma de un pueblo. Hagamos que eso se cumpla a cabalidad.