¿Qué pasa con la salud mental de los niños durante el confinamiento?
La crisis de salud mental infantil a causa de la pandemia por COVID-19 pone en jaque a millones de padres, maestros, niños y adolescentes en México. Por otro lado, las realidades socioeconómicas tan diversas, la falta de visibilidad en los medios y las criticadas políticas educativas, han hecho de esta minoría una víctima silenciosa en el país.
A partir de que se anunció en México el inicio de la Jornada de Sana Distancia, 26 millones de niños menores de 16 años dejaron de ir a la escuela, de ver a sus amigos, a sus abuelos, jugar en los parques, para verse obligados a quedarse en casa, perdiendo su rutina académica y social, y teniendo que adaptarse a una nueva normalidad que no termina por ser aceptada.
Sandro Galea, investigador de los efectos mentales de las grandes emergencias, comentó para El País, que la actual crisis es un acontecimiento traumático masivo sin precedentes. El cual desencadenará una avalancha de trastornos del ánimo y de ansiedad en todo el mundo. Por su parte, la OMS estima que una de cada cinco personas padecerá una afectación mental: el doble que en circunstancias normales.
¿Qué pasa con la salud mental de los niños?
Un estudio publicado por JAMA Pediatrics, elaborado por las universidades de Huazhong y de Carolina del Norte a 1.800 preadolescentes de Wuhan, indicó que uno de cada cinco menores presentaba síntomas depresivos o de ansiedad pasado un mes de encierro.
Otra variante de los resultados es el miedo ante la enfermedad. De acuerdo con el estudio, el grado de optimismo influye en el riesgo de mostrar síntomas depresivos. El primer grupo, de estudiantes “optimistas”, presentó 21% de riesgo de padecer un cuadro depresivo; mientras que en el sector más “negativo”, la probabilidad aumenta a un 38%.
Según una encuesta realizada por Save The Children a más de 6,000 menores de distintos países de Europa, y Estados Unidos, uno de cada cuatro niños padece ansiedad por el confinamiento, y muchos de ellos padecerán trastornos psicológicos permanentes. En Finlandia, siete de cada diez menores tienen ansiedad, y en Estados Unidos un 25% del total de entrevistados mostró síntomas.
En México es aún más complicado, pues miles de niños que viven en zonas rurales y marginadas no han tenido acceso a clases online por falta de conectividad, haciendo más pronunciada la brecha de alfabetización digital.
El Instituto Nacional de Psiquiatría Dr. Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM) catalogó al confinamiento como una situación de estrés alto. Reporta que, debido a la crisis, el cerebro puede permanecer en un estado de alerta similar a la respuesta que se obtendría si estuviera en riesgo inminente. Un niño constantemente estresado no estará enfocado en aprender. Incluso, pueden inhibirse capacidades y habilidades importantes para su desarrollo.
Según la investigadora del Hospital Infantil de México, Gina Chapa Koloffon, los menores se ven afectados por perder oportunidades de convivencia con otros niños. Esto les dificulta aprender a socializar, compartir, y su desarrollo de habilidades de lenguaje, motrices y recreativas. Otro factor que los afecta es el cambio en la rutina. Cuando su ambiente es predecible y repetitivo, crecen más seguros y aprenden mejor.
En menores de seis años, se pueden manifestar regresiones, como no querer dormir solos y tener “accidentes” a la hora de ir al baño. Sus horarios de sueño y su apetito se ven alterados. Son comunes los cambios de conducta: más berrinches, menor tolerancia a la frustración y estrés.
En niños de siete a once años, se presentan signos de ansiedad como irritabilidad, falta de atención, hiperactividad, pesadillas, y hábitos como morder la ropa y las uñas, así como comer de más. Incluso, en cambios físicos, como aumento de peso por inactividad; pues a diferencia de los adultos, la salud de un niño depende en un 80% de su actividad física.
En adolescentes, según Karen Weber, psicóloga clínica y tanatóloga, las reglas son distintas. Su bienestar ya no solo depende del estado emocional de sus padres. Tienen mayor conciencia, reconocen las amenazas y tienen un juicio propio de la situación. Viven sus emociones al máximo, por lo que pueden presentar cambios súbitos de humor y alteraciones en su apetito y horarios de sueño.
Para evitar que desarrollen una enfermedad mental o adicción, es importante que sigan socializando con sus amigos en línea, darles espacio, negociar en vez de prohibir, e incorporarlos a la dinámica familiar. Hay que cuidar que no se aíslen o excluyan mucho, sin invadir su privacidad.
La luz al final del túnel
Toda crisis es una oportunidad de crecimiento. Si aprovechamos la situación, puede ser una oportunidad para que los niños aprendan, sepan controlar mejor la frustración, tengan más imaginación y valoren más a su familia; además de ser más conscientes de sus acciones con los demás. Si la familia logra superar este reto, el niño tendrá mayores herramientas para enfrentar crisis emocionales en el futuro, sabrá resolver de mejor manera los problemas y obtendrá un mayor autoconocimiento que le permitirá regular sus propias emociones.
No solo es una oportunidad para los niños, sino también para los padres. Estos tiempos de confinamiento y convivencia, permite que aquellos lazos de comunicación entre papás y sus hijos adolescentes se enmienden. Existen familias que parecían desconocidos, y que ahora la cuarentena les ha permitido conocerse, expresarse y amarse como padres e hijos unidos ante las adversidades.