Efecto Pigmalión o de la profecía autocumplida

En 1963, Robert Rosenthal y Lenore Jacobson llevaron a cabo un experimento en una escuela primaria de California para averiguar cómo influyen las y los docentes en sus estudiantes. La metodología que usaron tuvo varias críticas, pero el resultado sigue siendo un referente para explicar que las expectativas que otras personas tienen de nosotras/os tiene un impacto en nuestro desempeño. 

 

Rosenthal y Jacobson comenzaron por aplicar una prueba de inteligencia al alumnado. Luego compartieron con el profesorado los nombres de estudiantes que podrían tener un buen desempeño académico durante el ciclo escolar por haber mostrado un “potencial intelectual inusual”. Se les informó que esta lista constituía el 20% del alumnado que tomó la prueba, pero no se les dijo que estos nombres se habían elegido al azar y sin relación con el resultado que obtuvieron en sus pruebas. Ocho meses después, aplicaron la prueba de inteligencia nuevamente y se dieron cuenta de que las y los estudiantes en la lista obtuvieron mejores puntajes que el resto de sus compañeras/os. Lo que Rosenthal y Jacobson argumentaron es que, cuando el profesorado considera que un/a estudiante tiene menos capacidad o no le consideran “tan inteligente”, tienden a asignarle tareas más simples y no le incentivan a buscar respuestas complejas. Por el contrario, a estudiantes que consideran más capaces les plantean retos que requieren de una mayor capacidad cognitiva, lo que estimula su desarrollo intelectual a la larga. 

 

A este fenómeno se le llamó efecto Pigmalión por el escultor del mismo nombre que se enamoró de una de sus esculturas, Galatea, al grado de tratarla como una mujer real y conseguir que la diosa Afrodita le diera vida. Más o menos lo mismo que ocurre con Geppetto y Pinocho. También se le llama efecto de la profecía autocumplida pues al final ocurre exactamente lo que se espera, como en el caso de Galatea y Pinocho que cobran vida después de tanto que lo desearon quienes les crearon. Más allá de la mitología, este efecto se cumple en la vida real cuando una persona cumple con lo que otras personas esperan de ella. 

 

Con el paso del tiempo, esta idea trascendió el ámbito escolar y se extendió a otras esferas de la vida, como el trabajo. Piensen en una persona que considera que alguien a su cargo es ineficiente o no “da el ancho” y le asigna tareas menos complejas para evitar errores y problemas o, de plano, no se las asigna. Como además tampoco invierte tiempo y esfuerzo en su capacitación porque “¿para qué?”, este/a trabajador/a al final no se involucra, aprende menos y su desempeño deja mucho que desear. Esto hace que le consideren una persona ineficiente y el ciclo vuelve a comenzar. A esta versión negativa del efecto Pigmalión también se le conoce como efecto Golem. 

 

A partir de este experimento y otros del estilo, sabemos que las expectativas de unas personas influyen en el comportamiento de otras, independientemente del contexto en el que esas expectativas y esos comportamientos tienen lugar. Incluso en casos en los que las expectativas no se expresan de forma explícita, sino a través de comportamientos no verbales como gestos, expresiones corporales o la calidad de la atención que se presta, entre otros. Es por ello por lo que nuestras actitudes hacia las personas que tenemos cerca, las expectativas que les imponemos y el apoyo que les damos puede motivarlas y encaminarlas hacia metas atractivas o desmotivarlas y encaminarlas hacia otros lados. 

 

Ahora que conoces este hecho “científicamente comprobado”, ¿crees que valdría la pena modificar algunas de tus actitudes hacia las personas?

 

 

Claudia Hernández García es comunicadora de la Ciencia. Universum, Museo de Ciencia de la UNAM. Síguela a través del hashtag #DespéjateConClau en redes sociales.