La epidemia de la desigualdad social

La pandemia y la COVID-19 dejó en claro la vulnerabilidad extrema de nuestra población mexicana. Es la gota que derramó el vaso. Es por eso que aún cuando sabemos que las heridas que está abriendo esta pandemia son muy grandes, es porque en realidad la piel de este país ya era muy frágil.

En cada uno de nosotros la pandemia, la enfermedad por COVID-19, la cuarentena, la reacción de nuestra mente ha sido muy diferente y ha dejado claro que no somos iguales. La desigualdad en salud y los múltiples factores asociados a la misma, aclararon que en ningún rubro asociado a la salud somos equiparables y que las dinámicas de la salud mental están asociadas a factores sociales como educación, pobreza, aislamiento, violencia, más que únicamente al individuo que queremos que cambie, que respete a los sanitarios, que siga las medidas, que se quede en casa.

¿Y qué pasa si no resolvemos esos factores sociales presentes en la comunidad? Entonces no podremos prevenir los nuevos picos de infecciones o complicaciones, ni siquiera tendremos una correcta apreciación de la enfermedad. No observar la desigualdad disminuye la capacidad para entender globalmente la enfermedad.

Nuestros sistemas están en entredicho. La pandemia y la COVID-19 ha dejado a la humanidad encerrada en uno de los lugares donde la desigualdad es más grande e inmediata: en casa. Y si bien, el aislamiento se vive solo, se resuelve en comunidad. Quizás pronto saldremos de esta crisis sanitaria, de este encierro, sin embargo lo haremos con una sociedad aún más vulnerable.

Y en medio de esta situación, la ciencia, incluida la medicina y la salud mental, deben alejarse de la perspectiva enfocada a los trastornos individuales y volver a la salud basada en el equilibrio individual y colectivo a través de múltiples disciplinas en diferentes niveles y no solo de alta especialidad.