COVID-19 y la epidemia del estrés

En varias ocasiones hemos oído sobre la llegada de una epidemia anunciada de enfermedad mental, que está por venir tras la pandemia por COVID-19, sin embargo, esta expresión no se escapa de un modelo de explicación unicausal de la enfermedad. Bajo una explicación interdisciplinaria o ecológica, estas condiciones parten de una misma situación, nuestra principal falla aún es la falta de una visión integral de la salud en la que todos los determinantes básicos, estructurales, familiares e individuales intervienen para dar a luz a la pandemia de nuestro siglo: el estrés. 

La coexistencia de problemas sanitarios en nuestra población, no solo a nivel de nuestro país sino a nivel mundial, exige salir de la inercia unicausal y la búsqueda de orígenes únicos de lo que hemos definido como enfermedad. Los modelos ecológico o interdisciplinario de la salud mental han dado más claridad a la presentación conjunta de múltiples factores de riesgo y la necesidad de desarrollo de programas de prevención.

Hemos llenado a nuestra población de enfermedades que hoy se únen en el tiempo todas formando múltiples epidemias. Sindemia es un concepto derivado de la antropología médica para entender y tratar la enfermedad en el ambiente de sus comorbilidades. En enero del 2019, un artículo de The Lancet describió la sindemia global de obesidad, desnutrición y cambio climático. Todas las formas de malnutrición favorecen la perdida de la salud. Esta teoría sindémica incluye la presencia sinérgica de diferentes problemas de salud que afectan a una población en sus contextos sociales y económicos. La enfermedad no es el resultado único de una interacción, sino el resultado de múltiples desequilibrios dentro de los cuales se incluyen las alteraciones de la salud mental y no solo las enfermedades mentales.   

 La comprensión de un fenómeno sindémico explicaría la aparición en paralelo de diferentes sintomatologías y enfermedades que han encontrado en esta coexistencia el terreno más fértil para su desarrollo. Una de estas es la enfermedad mental. Hablar de comorbilidad es importante, pero es aún más importante hablar de la salud mental como parte primordial de la aparición de todas estas pandemias. La razón no es la coexistencia, son los factores de riesgo que comparten.

La epidemia del estrés

Cuando hablamos de estrés tendemos a creer que es una situación patológica. Cuando hablamos de nuestro estrés, creemos que el nuestro es normal. Y esto es lo común. Mientras voy viviendo, me estoy enfrentando a una carga de estrés normal que se va acumulando. Algunos momentos de estrés tienen principio y final. Otros se convierten en situaciones interminables que se cronifican y se convierten en el estrés crónico. Al final, nuestro sistema de detección de situaciones de alerta no logra diferenciar entre uno y otro y sigue lanzando la misma respuesta: “Pelea, Huye o Paralízate” y cuando esta situación se hace perpetua, existe esa retroalimentación negativa que hace que se disminuyan las funciones de las áreas que identifican el estrés, mismas que se encargan del aprendizaje y la conducta. 

El estrés no es solo esto. También para pelear necesitamos activar el organismo, los músculos, los sentidos. Para esto necesitamos energía  forma de glucosa y oxígeno que llega a las células a través de la sangre. Para eso nuestro corazón trabaja más fuerte y nuestras arterias reciben más carga. Y al final, estamos desgastados, hambrientos, con vasos sanguíneos lastimados y un corazón cansado. Y nos vamos a recuperar hasta que hayamos destruido nuestros sistemas encargados de recuperar el equilibrio y a partir de ahí, nunca volveremos a ser los mismos de antes.

El estrés afecta al 43% de la población. Es ahí donde debe cobrar importancia las condiciones y los factores de riesgo como el estrés que usualmente no son relacionadas con la enfermedad. Nadie piensa en el estrés derivado de el confinamiento como un riesgo de enfermedades crónicas, sino como un malestar temporal y aunque hoy, identificamos las enfermedades crónicas como un riesgo de complicaciones por COVID 19, no planteamos el riesgo que nuestro estrés genera en la pandemia. 

Hemos estado escuchando a diferentes profesionales hablar de la pandemia que viene. Pero no viene. Ya está y solo se ha complicado. Y esta epidemia de trastornos de la salud mental hoy es evidente tras el impacto de la COVID-19, sin embargo su gravedad no es solo debida al número de trastornos mentales que se hayan diagnosticado relacionados a la pandemia, sino a las condiciones en que quedará nuestra sociedad durante la recuperación y aún posterior a esta. Esto no solo es el aumento en el número de pacientes con depresión u otras patologías relacionadas a la ansiedad, a las consecuencias del confinamiento o la distancia social, al incremento en el consumo de sustancias y la automedicación. Esto también es por como los niveles de estrés y los factores psicosociales presentes en todos posterior a este suceso sin antecedentes.

Sin embargo, uno de mis principales temores posterior a la pandemia es que al final todos pensemos que no pasó nada. Que estamos bien, que lo superamos, que nuestra salud mental estaba bien y ahora después de esto también seguimos bien y que es esa nueva normalidad puede no contemplar todos los cambios a los que nuestro sistema nervioso, nuestra sociedad, nuestra mente y nuestro ecosistema han sufrido. Un mundo ciego que no entiende que para cuidar nuestro cuerpo, a nuestra familia, a nuestro país, a nuestro ecosistema un buen inicio es contemplar una sistemática revisión de nuestros factores de riesgo y particularmente el correspondiente a nuestra salud mental, al manejo del estrés, el propio, no el ajeno.